¡Qué bien sonaron tus besos ayer en mitad de la Plaza de Pontevedra!
Llevabas la prisa atada a tus pies y sin embargo decidiste parar el tiempo por mí; fue un segundo, es cierto, pero lo detuviste. Me saludaste: muac, muac; y desapareciste corriendo porque llegabas tarde a un lugar donde te esperaba alguien.
Hoy por la mañana regresé al mismo sitio y te vi pasar. Pero no te llamé; ni te dije nada. Preferí observar a las personas que permanecían allí, ensimismadas por el eco de tus besos, aguardando a que yo te saludara.